Gideon la Novena (Saga de la Tumba Sellada 1) by Tamsyn Muir

Gideon la Novena (Saga de la Tumba Sellada 1) by Tamsyn Muir

autor:Tamsyn Muir [Tamsyn Muir]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788418037009
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2020-12-17T00:00:00+00:00


22

* * *

HARROWHARK NO REGRESÓ ESA NOCHE. Gideon mató el tiempo poniéndose al día con el ejercicio, frustrada al notar los músculos doloridos que ya empezaban a quejarse después de las cien primeras flexiones. También pasó mucho tiempo entrenando con la espada, con esa letanía automática del roce de la empuñadura y el cambio de posturas, todo ello mientras seguía con la mirada perdida al otro lado de la ventana y contemplaba la noche negra y mustia. Cuando tuvo claro que Harrow no iba a volver, sacó el mandoble y continuó el entrenamiento. Aiglamene la había advertido de que no pusiera ambas manos en la empuñadura, pero le resultaba tan agradable que no podía evitar sentirse como una niña el día de su cumpleaños.

Harrow no regresó, y Gideon ya se había acostumbrado. Le sobrevino un acceso de arrojo experimental y abrió el grifo del agua caliente para llenar la extraña bañera que había en el baño. Después de comprobar que no saltaba ninguna criatura del agua, Gideon se quedó tumbada dentro con el agua hasta la barbilla. Era increíble, lo más extraño que había sentido en toda su vida, era como flotar en una corriente cálida, como hervir a fuego lento. Sintió un desasosiego irracional al preguntarse si el agua podía meterse dentro de ella y enfermarla. El maquillaje flotaba a su alrededor en manchas alargadas y oleaginosas. Cuando echó el jabón, unos cúmulos grasientos e irisados relucieron en la superficie. Al terminar no estaba muy convencida de haber quedado limpia, por lo que se pasó veinte segundos bajo la ducha sónica. Eso sí, olía muy bien. El pelo se le quedó encrespado al secársele y tuvo que esforzarse mucho para dejarlo como antes.

El baño había sido soporífero. Por primera vez desde que había llegado a la Morada Canaán, Gideon se alegró de tener la posibilidad de tumbarse entre sus mantas con una revista y no hacer absolutamente nada durante media hora. Nueve horas después, en las que no había soñado nada de nada, se despertó y descubrió que las babas habían hecho que las páginas de la revista se le quedaran pegadas a la cara.

—Bufff —dijo mientras se la quitaba de la cara—. ¿Harrow?

Resultó que Harrow se encontraba en la habitación contigua acurrucada en la cama con la almohada sobre la cabeza y los brazos extendidos. Desperdigada al azar a su alrededor había una pila de ropa sucia junto a la puerta del armario. Gideon tuvo que reconocer que la imagen fue todo un alivio.

Dijo:

—Levanta, caraculo. Tenemos que hablar sobre las llaves.

Pero el tono imperativo no surtió el efecto deseado.

—La llave blanca ahora está en manos de tu preciada Septimus, tal y como acordamos —espetó Harrow al tiempo que se cubría la cabeza también con las sábanas—. Ahora, márchate y púdrete.

—Eso no me ha gustado nada, Nonagesimus.

Harrow se agitó aún más debajo de las sábanas, como si fuese una serpiente negra y venenosa, pero no se levantó. Era inútil insistir. Gideon pudo vestirse en relativa paz y tranquilidad, maquillarse sin crítica alguna y salir de sus aposentos con un sosiego que no era nada habitual.



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